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“Es la gente normal la que me asusta”
— Bill, The Last of Us
Para muchos, este título resulta muy conocido, pues se trata de una exitosa serie de HBO inspirada en el videojuego homónimo lanzado para PlayStation 3 en 2013, el cual fue un fenómeno de ventas, al igual que su adaptación televisiva.
La historia se sitúa en un mundo distópico, surgido tras una pandemia provocada por el hongo Cordyceps, que logra controlar a gran parte de la humanidad, al convertir a las personas en zombis.
En medio de este escenario, Joel y Ellie, una pareja que se encuentra por casualidad mientras intentan sobrevivir, desarrollan una relación que evoluciona hacia un fuerte vínculo padre-hija, enfrentando juntos las situaciones más inimaginables.
En el mundo real, el Cordyceps existe, aunque hasta hoy no afecta a los seres humanos. Se trata de un hongo parasitario que, al liberar esporas, infecta a hormigas y otros insectos, invadiendo su cerebro con sustancias químicas alterando y controlando su comportamiento.
Bajo su control, los insectos son obligados a desplazarse hacia entornos donde las condiciones son óptimas para la propagación del hongo; allí mueren y se convierten en el huésped perfecto para la liberación de nuevas esporas.
Un fenómeno análogo puede observarse en las sociedades contemporáneas, donde la manipulación mediática podría, en muchos casos, actuar como un Cordyceps. En un mundo dominado por la tecnología, los medios de comunicación han pasado de ser simples fuentes de información a convertirse en poderosos instrumentos, pudiendo estos ser usados tanto para liberar conciencias como para someterlas, todo depende de quién los maneje y su propósito. Lamentablemente, vemos en muchos casos, principalmente en las sociedades más vulnerables o subdesarrolladas, que la manipulación mediática produce un efecto tóxico similar al del Cordyceps: las personas, sin darse cuenta, absorben un “veneno informativo” que termina condicionando sus pensamientos, emociones y conductas.
Las esporas de este hongo no flotan por el aire, sino que viajan por todas nuestras pantallas.
Esto lo vemos comúnmente en muchos medios en nuestro país a diario, donde existen cantidad de contenidos estériles, sin ninguna utilidad y de “fake news”, o los algoritmos de recomendación, que tienen el mayor volumen de “views” en una población, especialmente joven y en etapa productiva, que echa a la basura un tiempo vital de su desarrollo y que pierde su voluntad propia.
El lingüista y filósofo Noam Chomsky advirtió este mecanismo en su célebre decálogo “Las diez estrategias de manipulación mediática”, donde describe cómo los gobiernos y las élites económicas moldean la opinión pública mediante la distracción, la creación de miedo o la infantilización del espectador, hasta lograr que la sociedad acepte de forma pasiva aquello que debería cuestionar.
Estas estrategias erosionan la sensibilidad social frente a los problemas reales, y convierten al individuo en un consumidor dócil de narrativas preconcebidas, igual que el Cordyceps transforma a su huésped en un cuerpo obediente al servicio de su propagación.
Frente a esta realidad, resulta indispensable que las sociedades contemporáneas establezcan límites éticos claros frente a la manipulación mediática. La información no puede seguir siendo un arma al servicio del poder, sino una herramienta al servicio del ciudadano. Es responsabilidad colectiva, de los medios, los gobiernos y la propia ciudadanía, promover una educación crítica, mediática y ética, capaz de inmunizar a las personas contra la desinformación y el control simbólico.
Solo así será posible construir un entorno donde la verdad prevalezca sobre la manipulación y donde la conciencia social no se vea colonizada por los nuevos “parásitos” de la comunicación. Una sociedad informada, reflexiva y ética es la única capaz de evitar que el Cordyceps mediático siga creciendo dentro de su propio cuerpo.








