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El cierre de la cafetería de la Librería Cuesta marca más que el fin de un espacio; representa la pérdida de un refugio donde las palabras y las ideas encontraban hogar. Este emblemático rincón de Santo Domingo, que por años fue punto de encuentro para lectores, amigos y soñadores, ahora deja un vacío que trasciende sus muros.
Más que una cafetería, este lugar era un puente entre el bullicio cotidiano y el sosiego de las letras. Entre el aroma del café y el susurro de las páginas, se tejían conversaciones, se escribían versos y se alimentaba el espíritu de la ciudad. Hoy, su cierre amenaza con convertir ese espacio fértil en un desierto cultural, donde el diálogo se pierde y la nostalgia pesa como una piedra.
La desaparición de la cafetería Cuesta recuerda otros cierres recientes, como el de la librería Thesaurus, que dejó una herida abierta en el panorama cultural. Este desenlace parece formar parte de una tendencia que privilegia la rentabilidad económica sobre la riqueza simbólica.
La figura de Don José Cuesta emerge como un faro en esta oscuridad. Su visión transformó un espacio en un baluarte de la cultura, pero el relevo generacional plantea desafíos. «Los hijos muchas veces heredan negocios sin entender cómo fueron construidos paso a paso», reflexiona un cliente habitual.
El café en Cuesta era mucho más que una bebida; era un pretexto para el encuentro, un ritual que unía a personas en un espacio común. Allí, el tiempo tenía textura y las ideas encontraban un lugar para germinar. Su cierre deja a Santo Domingo más sola, más callada, atrapada en el ruido de lo inmediato.
En este mundo donde el valor se mide en monedas, olvidamos que el alma también necesita alimento. Espacios como Cuesta no son solo negocios; son refugios, faros, fragmentos de nuestra identidad colectiva.
El cierre de la cafetería Cuesta nos interpela: ¿qué tipo de ciudad queremos ser? ¿Una que valore los encuentros y las ideas, o una que se someta al utilitarismo? Este momento es una oportunidad para reflexionar, para insistir en la importancia de los espacios donde lo humano palpita y la cultura respira.
Que el eco de este adiós llegue a quienes tienen el poder de revertir esta decisión. Que la cafetería Cuesta no sea solo un recuerdo, sino un símbolo de resistencia, un testimonio de que los sueños, como el de Don José, merecen seguir vivos.